EL RETRATO COMO INVENCIÓN
La aparición de la fotografía
puso en crisis la idea de la mímesis en las artes, idea que ya fue criticada
por el mismo Platón, que expulsó a los poetas de la República por practicarla.
Entendiendo que el arte no debía ser copia de la realidad, sino recuerdo,
actualización o proyección de un recuerdo. Llevamos, por tanto veinticinco
siglos de un debate que no se ha cerrado. ¿Deben las artes reflejar la
realidad? ¿De qué modo? ¿Imitando la apariencia o el movimiento interior? Este
debate se agudiza cuando la materia de las que estamos hablando son “retratos”.
Seamos directos, la realidad no
existe y menos aún para el arte. Incluso la más simple de las percepciones es
una conjunción de datos de los sentidos y proyección sobre ellos. Pero en el
terreno artístico esto es más evidente. Vladimir Nabokov en su
Curso de literatura europea clama contra
el sentido común por ser el más dañino de los sentidos, porque se nos instala
en la butaca de al lado lleno de convencionalismos y lugares comunes y solo
permite que nos hagamos preguntas sin alcance.
Preguntado Picasso por la falta
de parecido con el original de su famoso retrato de la escritora Gertrude
Stein, parece ser que contestó: “Ya se le parecerá”. Esa osadía encierra una
verdad incontestable. Hoy, desaparecida la modelo y hasta el pintor del cuadro,
la escritora está viva en el retrato de su amigo.
La mirada de Tony Soto nos acerca
a una serie de retratos en los que el mundo personal no se limita a los seres
cercanos, que también, sino a los autores y autoras que la pintora ha conocido,
leído y admirado. El mundo intelectual encarna en forma de proyección plástica
y Walter Benjamin, Enrique Vila-Matas o Agustín García Calvo e Isabel Escudero,
se convierten aquí ¿definitivamente? en lienzo, alcanzando una realidad
superior a la del mundo de las ideas, la del mundo de los objetos.
La base de estos retratos parece
ser la fotografía, ese arte nuevo sobre el que con tanta lucidez han escrito
Benjamin o Rosalind Krauss. Y precisamente Benjamin nos acerca a otra de las
paradojas que nos asaltan con estos retratos. Con un engañoso aire Pop, estas
obras parecen ser reproducciones o series, pero no lo son. Hay una especie de
nostalgia de la obra única, por ello la técnica utilizada es el óleo sobre
lienzo, como si el aura de la que hablaba Benjamin pudiera ser recuperable para
la obra de arte.
Y con Vila-Matas completamos ese
ataque lúcido a la realidad, porque en su obra se nos hace patente la
irrealidad de todo arte, más aún, la irrealidad de toda realidad. El mundo es
una comedia para aquellos que piensan y una tragedia para aquellos que sienten,
decía Horace Walpole. Pero no es nada por sí. No tiene, afortunadamente,
consistencia. De ahí la necesidad del arte, la necesidad de la poesía. Porque
solo el arte construye el entramado que nos lo hace habitable.
Antonio Molina Flores